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5 de mayo de 2014

Inflamable

Él la quería toda – ya – para él. Ella le rehuía la mirada. Él la perseguía estirando los brazos para aferrarla. Y ella se escabullía, en lucha interna.
 Le da la espalda (pero no se va a ir).
– ¿Por qué?
Se da vuelta y al fin lo mira. – Son esos ojos de fuego, que me dan miedo, me atraen a sus llamas y a eso… el después.
Las intenciones, las promesas, el presente, 
NO:  el DESEO.

Y después.
Ella – ¡Dame un beso! 
Él – Te doy tres.
– ¡Dame cuatro!

Y ahí estaba otra vez. Lo ineludible. Ella sabía que ni toda la razón del universo podía contrarrestar  lo innato de esa naturaleza, la que había sido el verdadero enemigo. Porque más que los ojos de fuego y toda su inevitabilidad, ella temía encontrarse con eso, que era ella: Lo quería TODO – ya – para ella. También.
Pero cuatro y tres no eran lo mismo, la diferencia una prisión, que ella no iba a entender porque estaba mirándose a los ojos.

5 de febrero de 2014

Impulso

Es que hay una cierta hora del día en que siento que no puedo seguir. No puedo respirar, no puedo pensar, no puedo dormir, ni leer, ni mirar televisión, ni nada…sólo siento un adoquín en el pecho que no me deja seguir – es como si se aquietara el tiempo, como si se frenara hasta la luna -. Pero a la vez que me frena, me obliga a moverme. Me aprieta el pecho pero me empuja los pies y necesito desplazarme: ver que la gente no se detiene, que no descansa, que no hay un solo instante en la ciudad en que todos hayan recaído en el sueño. Siempre debe haber, al menos, una humilde alma en vigilia, que nos garantice que el paso del tiempo es el que todos conocemos. Si todos, TODOS, dormimos ¿Cómo sabemos que el tiempo no se acelera ni se lentifica?

                Por eso, a cierta hora del día, cuando empiezo a pensar que soy la última persona despierta, el pecho me empieza a apretar y necesito salir a moverme. No importa cuánto, no importa por dónde, sólo necesito caminar hasta encontrar otra persona en vigilia a la cual legarle la misión de controlar el paso del tiempo. En ese momento, el adoquín se deshace, el pecho se afloja, los pies se aquietan, dejan de empujar y entonces…puedo dormir.