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15 de mayo de 2011


……… A ………

En los escalones de la entrada: el aire. Ni limpio, ni agradable, pero el aire, que adentro nunca encuentro. Esa calle, casi desconocida, ancha, repleta de árboles en su alrededor, y entre sus hojas, los rayos de luz que se mueven, cambian, llenando el ambiente de un aire inquieto. O tal vez sean mis oídos, y el choque de las hojas, y el viento que se abre camino a su paso, como los autos, y sus motores, y sus gritos, y sus bocinas, o el semáforo en rojo, que puede devolver algo de silencio y quietud.

En eso, unos pasos, unos tacos, lejanos, sutiles, que quieren acercarse. Vienen del pasillo (seguro), atrás mío, cada vez más fuerte. El semáforo cambia, y los golpes de esos zapatos se siguen escuchando sobre el ruido de la calle, y sin embargo no la siento cerca, a ella no. Siento que me tocan, siento que me aplastan la cabeza con su sonido, esos pasos, y no llegan. Y no llegan. Y no…

La puerta se abre, me corro para hacerle paso, hacerle paso a esos zapatos, negros, simples, sutiles, delicados, y... ¿todo ese ruido? Algo tan simple, tan obvio, y a la vez tan violento. Subo la vista, para conectar con un cuerpo esos pies; y los ojos me entregan un cuerpo conocido, apenas, como un todo, coherente. La saludo sólo con un movimiento de cabeza que ella devuelve; y veo… sus ojos. Y veo en sus ojos,… algo;… veo en sus ojos,…sin entender….Veo sus zapatos. Los que me amenazan, (o que tal vez sólo amenazan) aun cuando vuelvo a escuchar los mismo pasos alejándose, ahora sin nunca terminar de hacerlo. Me persiguen un tiempo, y el aire de la vereda ya no es suficiente.









……… B ………


La caminata me devuelve, no la tranquilidad, pero sí ese desconcierto sin una causa específica. Los pasos ya no me persiguen, sólo resuenan lejanos, cada tanto. Tal vez ni siquiera sean los mismos; mi cabeza debe estar llena de ellos.

Esa inquietud es útil, y pienso que tal vez sea la misma ciudad, desconocida, la que me llama, me levanta y mueve mis pies. Es su orgullo, el que resuena en mis oídos; sus calles y edificios, y sus museos, y bibliotecas, y esos árboles, de más de 100 años. Le hago caso, me dejo dominar por ella, pasivamente dejo que me asombre y me llene de todo lo que tiene para ofrecerme.

Las veredas, que atrapan mis pies, me atraen, me agradan; comienzan de a poco a hacerme suyo, sin quitarme el desconcierto, para poder pagarles con mi asombro de recién llegado; los días ya se encargarán de cambiar esta situación.

Y sin embargo; ¿qué es una ciudad sin gente? Todos ellos, todas estas personas que me pasan de cerca, y las que ni siquiera me cruzan; ninguna cara conocida, ninguna voz que resuene, con eco, entre esos miles de ojos, bocas, pasos. Y aun así, entre todas esas miradas perdidas, cercanas, nuevas; no hay ninguna con ese gesto amargo encubierto, con esa amenaza, con esa expresión tan atrayente, conocidos poco antes. Puedo ver, que en cambio caminan seguros, sin miedo, especulando sus próximos pasos. Y yo, en el recuerdo de esa mirada, cada vez más interiorizada, más encarnada, camino creyendo que tal vez sea yo el que se esta encarnando en ella.



……… C ………

De noche ya la histeria cansada me devuelve a la misma calle, la misma vereda, y los mismos escalones que más temprano dejaron ver un par de zapatos, negros, delicados, sutiles; y más allá del cansancio, las ganas de soledad, de dejar de estar expuesto, y de esconderme, una noche extraña, con una brisa inquieta me impide encerrarme y perderme eso que la luna me promete. Por suerte encuentro una esquina en la terraza, desde donde apreciar sin dejar de pasar desapercibido. Mi mente sigue paseando inquieta, por las mismas baldosas que mis pies rozaron en el día. Es ese insaciable movimiento, que se quedó con ganas de más, al cual todos los viajes de esta semana que por suerte termina, no bastaron.

Un golpe seco me despierta de ese deambular y me hace mirar hacia atrás. Un bolso caído, que dejaron caer, y a su lado ese cuerpo, ese rostro, por segunda vez en el día. Sin saber, cuánto tiempo estuvo sin que yo me diera cuenta, me inquieta el recuerdo de sus pasos en la mañana y su ausencia en estos últimos minutos. Una simple mirada al piso me tranquiliza, y sus pies desnudos me inundan de cotidianeidad. Sé que ella no me vio; y sus ojos, hacia la noche, me dejan ver, lo que el día no; y ahí, al borde, con ella apoyada en la pared, me hablan de ese sentimiento familiar, encarnado durante el día; y ahora sus pies inquietos, jugueteando entre sí, me dan mucho miedo, más aun que sus zapatos. Esa mirada, y esos pasos, firmes, sobre la nada, firmes sobre una sola cosa segura; un presagio, que ninguna mirada me dio hoy. Mirada y pasos que siguen caminando sobre la consciencia, clara y amarga, del único control, que le asegura y que le repite, que siga avanzando, todo lo que quiera, hasta el cansancio; y en caso de que no, que todo puede terminar hoy, mañana, cuando ella lo desee, con una sola palabra, con un solo paso.

A.B.C.: textos: .b- / fotos: Alan