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21 de julio de 2011

Carta de presentación de Pazchi


Todavía creo que la literatura es cosa de magia, que para escribir hay que prender una vela, invocar a los dioses, escuchar música que les agrade a las musas, entrar en un trance hipnótico, conectarse con el otro lado de las manos, ofrecer un sacrificio.
Porque ganar algo tan valioso como el don de la palabra no es un regalo.

Conocer un secreto que podría destruirte. Conocer tu verdadero nombre para ser tu amo. ¿Acaso no es ésa una leyenda antigua? Un vago recuerdo de un dragón y un caballero. Pero, podría ahora pensarte como mi dragón, mi retador, aquél que terminará por matarme o entregarme su corazón. ¿Conozco tu secreto? ¿Cómo hago para comprobarlo?

Todo pica. Esta incomodidad en las manos, las venitas saltando como si quisieran salirse de la piel. No imaginaste nunca que el personaje de mis historias no era ella, sino yo misma. En ese momento me sentía poderosa, y quería sentir que tenía el control. Necesitaba cambiar mi apariencia en un lugar donde no fuera peligroso y pudiera fácilmente volver a encontrarme cómoda. Un relato de mi mundo paralelo. Quería ser una venita exaltada, y salirme de mi camino para que la sangre se deslizara por el dedo hacia un papel en blanco donde finalmente podría descansar.

Si me escucharas cuando te digo lo importante que son las palabras en mis oídos para la estimulación de este cuerpo que no tiene ganas de moverse, que perdió en algún momento el ansia, quizás no serías tan reticente a la hora de recitar un poema que me abra los ojos, que me despierte de mi ensoñación inmóvil, que me haga nadar en el ritmo de una vibración y de un cuerpo tan extraño para mí y aún así, en simétricos movimientos, ser en resonancia a eso que sale de tus labios.

No te resulta extraño entonces que haya exorcizado a la mayoría de mis fantasmas entre líneas de tinta, porque así soy yo, porque es parte de lo que este cuerpo sangra, porque si se me ocurriera publicar tus cartas o las mías haríamos un hermoso libro, sabés? Porque a nadie le escribí con tanta función poética como a vos, ni con tanto impulso literato, y nadie sabe ciertas cosas que vos sí sabés, y que si se soltaran al aire formarían un rulo de barrilete y un cuervo, y muchos pensarían que es un designio del fin del mundo y se suicidarían, pero eso es tan común hoy en día…

(Con estas palabras yo te ato para que puedas sentirme sin tocarte.
Sangre apalabrada, palabra ensangrentada)

8 de julio de 2011

...

La alarma, estridente, sobresalta, y me despierta. De un sueño que me dejó sin habla.

Para vestirme, prepararme, tomar mi media taza de té diaria, no me molesta. Con sólo 15 minutos, con las cosas en las manos, salgo al mundo, con sus colores, con sus ruidos, con sus voces, sin poderles contestar.

Ni siquiera me aterra, entre el murmullo de las ruedas que rozan el asfalto, y el movimiento de esos sonidos constantes; mi cuerpo quieto, ensimismado, espera en la esquina, entre tantos estímulos, desperdiciados.

Tan sólo con una mínima seña, un brazo extendido, quiebro con la quietud y el aislamiento del cuerpo; sólo con esa seña me comunico con ese mundo, que insiste en contestarme, de mil maneras, entre ellas esos escalones que se me presentan, luego del sonido de escape de aire, el choque de las puertas, y el bullicio encerrado que se apura en salir.

El mundo parece entenderme, pienso,… ¿y las personas? Pero con una pequeña sílaba; ni siquiera, con un ruido, balbuceo, inconcluso y tímido, que con todas mis fuerzas puedo sacar, logro que me responda, no el conductor, sino la tecla pulsada, y el pip de la máquina que se repite luego de caer estruendosamente las monedas en su interior.

Con simples miradas, de súplica y necesidad, me puedo abrir camino entre el mar de gente. Una vez, con un lugar, intento escuchar, entender lo que dicen, pero veo, creo en un principio que no dicen nada. Sólo dos mujeres en el fondo. Logro escucharlas y me detengo en ellas. Sin embargo no conversan, una dice algo, una serie de sonidos, de expresiones, sin encadenar, y luego lo mismo de la boca y labios que tiene a su derecha. No se contestan, se turnan. Unos tonos, exaltados, enfadados, fuertes, que parecen salir de unos ojos que explotan; y otros tonos, dejados, de lejos, de conveniencia, que no salen de ningún lado, de ninguno de ambos ojos que salen por la ventana quietos, sin mirar. Esos ojos me hacen buscar lo mismo, en la ventana más cercana, esa nada que surge del paso, acelerado, de objetos sin distinción. Los límites de los árboles, confundidos con el pasto, asfalto, cemento, vidriosemáforoviento, bocinasueño, mente; pesadilla,desiertoy una frenada brusca. Agite, suspiros, aprendé a manejar, y mis ojos en el micro otra vez.

Un niño, y una mujer en frente. Quieto, silencioso, mudo; en realidad asombrado, con ojos muy abiertos, tanto que dibujan en sus labios una cinta, y atrás miles de gritos, balbuceos, risas, palabras tal vez, por decir. Pero esos ojos sólo ven una mujer de ojos perdidos, boca cerrada, pegada, [¿habrá visto el mismo desierto?, ¿habrá tenido mi mismo sueño?]…dormida, que solo reacciona, acaso al cambio de tema en su mp3.

Lugares conocidos, la plaza, el local de discos, la esquina de siempre, y mis piernas se mueven, me llevan. Mis manos esperan nuevamente ese objeto, conocido, ese cartel [50], y aprietan. Y otra vez un timbre, ruido estridente, alarma, que me despierta, antes de bajar; que me despierta de un sueño; que me deja sin…