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8 de julio de 2011

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La alarma, estridente, sobresalta, y me despierta. De un sueño que me dejó sin habla.

Para vestirme, prepararme, tomar mi media taza de té diaria, no me molesta. Con sólo 15 minutos, con las cosas en las manos, salgo al mundo, con sus colores, con sus ruidos, con sus voces, sin poderles contestar.

Ni siquiera me aterra, entre el murmullo de las ruedas que rozan el asfalto, y el movimiento de esos sonidos constantes; mi cuerpo quieto, ensimismado, espera en la esquina, entre tantos estímulos, desperdiciados.

Tan sólo con una mínima seña, un brazo extendido, quiebro con la quietud y el aislamiento del cuerpo; sólo con esa seña me comunico con ese mundo, que insiste en contestarme, de mil maneras, entre ellas esos escalones que se me presentan, luego del sonido de escape de aire, el choque de las puertas, y el bullicio encerrado que se apura en salir.

El mundo parece entenderme, pienso,… ¿y las personas? Pero con una pequeña sílaba; ni siquiera, con un ruido, balbuceo, inconcluso y tímido, que con todas mis fuerzas puedo sacar, logro que me responda, no el conductor, sino la tecla pulsada, y el pip de la máquina que se repite luego de caer estruendosamente las monedas en su interior.

Con simples miradas, de súplica y necesidad, me puedo abrir camino entre el mar de gente. Una vez, con un lugar, intento escuchar, entender lo que dicen, pero veo, creo en un principio que no dicen nada. Sólo dos mujeres en el fondo. Logro escucharlas y me detengo en ellas. Sin embargo no conversan, una dice algo, una serie de sonidos, de expresiones, sin encadenar, y luego lo mismo de la boca y labios que tiene a su derecha. No se contestan, se turnan. Unos tonos, exaltados, enfadados, fuertes, que parecen salir de unos ojos que explotan; y otros tonos, dejados, de lejos, de conveniencia, que no salen de ningún lado, de ninguno de ambos ojos que salen por la ventana quietos, sin mirar. Esos ojos me hacen buscar lo mismo, en la ventana más cercana, esa nada que surge del paso, acelerado, de objetos sin distinción. Los límites de los árboles, confundidos con el pasto, asfalto, cemento, vidriosemáforoviento, bocinasueño, mente; pesadilla,desiertoy una frenada brusca. Agite, suspiros, aprendé a manejar, y mis ojos en el micro otra vez.

Un niño, y una mujer en frente. Quieto, silencioso, mudo; en realidad asombrado, con ojos muy abiertos, tanto que dibujan en sus labios una cinta, y atrás miles de gritos, balbuceos, risas, palabras tal vez, por decir. Pero esos ojos sólo ven una mujer de ojos perdidos, boca cerrada, pegada, [¿habrá visto el mismo desierto?, ¿habrá tenido mi mismo sueño?]…dormida, que solo reacciona, acaso al cambio de tema en su mp3.

Lugares conocidos, la plaza, el local de discos, la esquina de siempre, y mis piernas se mueven, me llevan. Mis manos esperan nuevamente ese objeto, conocido, ese cartel [50], y aprietan. Y otra vez un timbre, ruido estridente, alarma, que me despierta, antes de bajar; que me despierta de un sueño; que me deja sin…

1 comentario:

  1. Me gusta me gusta, muy bueno. Si querés fijate el que puse en mi blog, pero no sé si quiero pasarlo acá.

    =)

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