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15 de mayo de 2011


……… B ………


La caminata me devuelve, no la tranquilidad, pero sí ese desconcierto sin una causa específica. Los pasos ya no me persiguen, sólo resuenan lejanos, cada tanto. Tal vez ni siquiera sean los mismos; mi cabeza debe estar llena de ellos.

Esa inquietud es útil, y pienso que tal vez sea la misma ciudad, desconocida, la que me llama, me levanta y mueve mis pies. Es su orgullo, el que resuena en mis oídos; sus calles y edificios, y sus museos, y bibliotecas, y esos árboles, de más de 100 años. Le hago caso, me dejo dominar por ella, pasivamente dejo que me asombre y me llene de todo lo que tiene para ofrecerme.

Las veredas, que atrapan mis pies, me atraen, me agradan; comienzan de a poco a hacerme suyo, sin quitarme el desconcierto, para poder pagarles con mi asombro de recién llegado; los días ya se encargarán de cambiar esta situación.

Y sin embargo; ¿qué es una ciudad sin gente? Todos ellos, todas estas personas que me pasan de cerca, y las que ni siquiera me cruzan; ninguna cara conocida, ninguna voz que resuene, con eco, entre esos miles de ojos, bocas, pasos. Y aun así, entre todas esas miradas perdidas, cercanas, nuevas; no hay ninguna con ese gesto amargo encubierto, con esa amenaza, con esa expresión tan atrayente, conocidos poco antes. Puedo ver, que en cambio caminan seguros, sin miedo, especulando sus próximos pasos. Y yo, en el recuerdo de esa mirada, cada vez más interiorizada, más encarnada, camino creyendo que tal vez sea yo el que se esta encarnando en ella.



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